A pesar de su apariencia sencilla, la abeja fue bendecida con un corazón bondadoso y una naturaleza gentil. Revoloteaba de flor en flor, esparciendo polen y recolectando néctar para alimentar su colmena. Sin embargo, la abeja a menudo se sentía sola y anhelaba ser como las demás abejas, adornada con hermosos colores.
Un día, mientras la abeja contemplaba su destino, se encontró con un viejo y sabio búho que habitaba en un antiguo árbol cercano. Al sentir la tristeza de la abeja, la lechuza la invitó a posarse en una rama y compartir sus problemas.
La abeja abrió su corazón, expresando su deseo por las rayas y el sentimiento de aislamiento entre sus coloridas compañeras. El búho escuchó pacientemente y luego impartió su sabia sabiduría.
"Querida abeja, eres única y hermosa a tu manera. Tu valor no se define por rayas o marcas", comenzó el búho. "La naturaleza te ha concedido un don poco común:el don de la bondad y la gentileza. Estas cualidades son mucho más preciosas que cualquier apariencia física".
La abeja se sintió conmovida por las palabras del búho y comenzó a verse bajo una nueva luz. A partir de ese día, la abeja se comportó con orgullo, reconociendo el verdadero valor que llevaba dentro.
Mientras la abeja continuaba con su rutina diaria, esparciendo alegría y bondad dondequiera que iba, las otras abejas comenzaron a notar su transformación. Se sintieron atraídos por su espíritu amable y la felicidad que irradiaba.
Con el tiempo se produjo un cambio notable. El cuerpo de la abeja negra comenzó a desarrollar rayas finas y delicadas. Estas rayas no eran atrevidas ni llamativas, pero brillaban con un suave resplandor que captaba la luz y provocaba asombro en todos los que las veían.
A partir de entonces, la abeja pasó a ser conocida como la abeja de la bondad, símbolo de belleza interior y compasión. Continuó adornando los prados con su presencia, difundiendo no sólo polen sino también lecciones de autoaceptación y el profundo valor de un corazón bondadoso.