Por ejemplo, cuando nos sentimos enojados o estresados, es más probable que usemos un lenguaje contundente y cometamos errores gramaticales. Por el contrario, cuando nos sentimos felices o relajados, es más probable que utilicemos un lenguaje cortés y cumplamos con las reglas gramaticales.
Nuestra identidad también puede moldear nuestra gramática.
Por ejemplo, las personas que se identifican como miembros de un grupo social en particular pueden tener más probabilidades de utilizar la gramática asociada con ese grupo. Por ejemplo, las personas que se identifican como afroamericanas pueden tener más probabilidades de utilizar el inglés vernáculo afroamericano (AAVE), mientras que las personas que se identifican como hispanas pueden tener más probabilidades de utilizar un inglés con influencia española.
La relación entre nuestras emociones, nuestra identidad y nuestra gramática es compleja y está en constante evolución. A medida que aprendemos más sobre esta relación, podemos obtener una comprensión más profunda de la comunicación y el comportamiento humanos.