El agua corriente, en forma de ríos y arroyos, desempeña un papel crucial en la configuración de los paisajes a través de la erosión y la deposición. A medida que el agua fluye cuesta abajo, recoge y transporta sedimentos, como arena, limo y grava. Este proceso, conocido como erosión, desgasta gradualmente los paisajes y crea accidentes geográficos como valles, cañones y abanicos aluviales.
Sin embargo, la extensión y el impacto de los procesos fluviales están influenciados en gran medida por las estructuras geológicas subyacentes y las condiciones climáticas. En regiones con fuertes precipitaciones y pendientes pronunciadas, el agua corriente puede ser una fuerza dominante en la configuración del paisaje. Por el contrario, en ambientes áridos o zonas con rocas más resistentes, otros procesos como la erosión eólica (en desiertos) o la erosión glaciar (en regiones montañosas) pueden jugar un papel más importante.
Por lo tanto, si bien el agua corriente es un agente vital en la configuración de los paisajes, su influencia se ve moderada por otros factores geológicos y ambientales. La tectónica de placas sigue siendo el principal impulsor de la evolución del paisaje, creando las estructuras fundamentales que posteriormente se modifican por diversos procesos geomórficos, incluidos los procesos fluviales.