Un ejemplo notable de descubrimientos fortuitos en la investigación es la historia de Alexander Fleming y el descubrimiento de la penicilina. Mientras estudiaba las bacterias, Fleming notó que crecía un moho en una placa de cultivo que parecía inhibir el crecimiento bacteriano. Esta observación, que no tenía relación con su investigación principal, condujo al desarrollo de uno de los antibióticos más importantes de la historia de la medicina.
En el campo de la física, el descubrimiento de la radiación cósmica de fondo de microondas, que se considera un remanente del Big Bang, fue un hallazgo inesperado durante la investigación en radioastronomía. Este descubrimiento moldeó significativamente nuestra comprensión de los orígenes y la evolución del universo.
En el campo de la genética, la investigación de Barbara McClintock sobre el maíz condujo al descubrimiento de los transposones o "genes saltarines". Inicialmente considerados problemáticos para la estabilidad genética, más tarde se descubrió que los transposones desempeñan un papel vital en la diversidad genética y la evolución.
En biología, la observación de que ciertos organismos producen luz bioluminiscente, originalmente estudiada para su uso potencial en la guerra durante la Segunda Guerra Mundial, ha llevado al desarrollo de numerosas aplicaciones en biotecnología, como la expresión genética y la detección de enfermedades.
Estos ejemplos resaltan cómo la casualidad y los descubrimientos inesperados pueden impulsar el progreso científico. Los investigadores deben estar abiertos a explorar observaciones imprevistas, ya que pueden conducir a ideas e innovaciones revolucionarias.