Los críticos del plan argumentan que representa una peligrosa toma de poder por parte de la coalición gobernante y podría socavar la independencia del poder judicial. Señalan que los cambios propuestos permitirían al gobierno aprobar leyes que podrían restringir las libertades civiles y los derechos humanos, sin temor a una revisión judicial. Esto genera preocupación sobre el potencial de tendencias autoritarias y la erosión de las normas democráticas en Israel.
Además, el plan ha aumentado la polarización política dentro de la sociedad israelí. Los partidarios de la reforma la consideran necesaria para restablecer el equilibrio entre los poderes legislativo y judicial del gobierno. Argumentan que la Corte Suprema se ha extralimitado en sus poderes y se ha vuelto demasiado activista, interfiriendo con la capacidad del gobierno electo para implementar sus políticas.
Quienes se oponen a la reforma la ven como un ataque frontal a los controles y equilibrios que son esenciales para una democracia saludable. Argumentan que un poder judicial debilitado facilitaría que el gobierno aprobara leyes que discriminaran a ciertos grupos o infringieran los derechos individuales. Los intensos desacuerdos sobre la reforma judicial han profundizado aún más las divisiones dentro de la sociedad israelí, haciendo más difícil encontrar puntos en común y abordar cuestiones nacionales urgentes.
La situación en Israel pone de relieve la importancia de mantener un poder judicial fuerte e independiente como salvaguardia contra posibles abusos de poder por parte de los poderes ejecutivo y legislativo. También subraya la necesidad de un diálogo respetuoso y un compromiso para resolver cuestiones políticas complejas, en lugar de recurrir a medidas que podrían exacerbar la polarización y socavar las instituciones democráticas.