En los climas cálidos y húmedos, las altas temperaturas y las abundantes precipitaciones provocan una rápida erosión del suelo. Las altas temperaturas aceleran las reacciones químicas que descomponen los minerales y la materia orgánica, mientras que las fuertes lluvias provocan la lixiviación, que es el proceso por el que los minerales disueltos se eliminan del suelo. Como resultado, los suelos en climas cálidos y húmedos tienden a ser delgados y pobres en nutrientes.
Además, los altos niveles de lluvia en climas cálidos y húmedos también pueden provocar erosión, que es el proceso por el que el viento y el agua desgastan el suelo. La erosión contribuye además a la pérdida de nutrientes del suelo, haciéndolo aún más fino y pobre.