Por ejemplo, consideremos una sociedad que vive en un entorno desértico, donde el agua es escasa. Esta escasez puede conducir al desarrollo de normas y prácticas culturales que prioricen la conservación y gestión del agua, como técnicas de riego eficientes en el uso del agua o el almacenamiento de agua de lluvia. La limitada disponibilidad de agua también puede influir en las estructuras sociales, como la formación de grupos cooperativos para garantizar el acceso equitativo a los recursos hídricos. Además, la escasez de agua puede dar lugar a prácticas y rituales culturales centrados en el agua, como ceremonias para hacer llover o la construcción de depósitos de agua, que tienen importantes significados simbólicos y religiosos para la comunidad.
Por el contrario, consideremos una sociedad que vive en un entorno de selva tropical exuberante, donde abundan el agua y los alimentos. Esta abundancia puede conducir a un conjunto diferente de normas y prácticas culturales. La disponibilidad de recursos puede permitir una actitud más relajada hacia la gestión de recursos, y la presencia de diversas fuentes de alimentos puede fomentar una mayor variedad en las prácticas dietéticas y las tradiciones culinarias. Además, la riqueza del entorno natural puede inspirar expresiones artísticas y rituales culturales que celebren y conecten con los ecosistemas circundantes.
En resumen, los recursos disponibles en un ecosistema pueden dar forma a normas culturales, estructuras sociales y prácticas, influyendo en la forma en que las personas interactúan con su entorno y entre sí, y dando lugar a expresiones y tradiciones culturales únicas.