África es un continente con inmensos recursos naturales y una población en rápido crecimiento. Como resultado, enfrenta el enorme desafío de satisfacer sus necesidades de desarrollo económico y al mismo tiempo conservar su riqueza natural. Muchos creen que África debe priorizar el crecimiento económico, incluso a expensas de la protección del medio ambiente. Sin embargo, ésta es una elección falsa. África puede tener tanto crecimiento económico como un medio ambiente saludable.
En primer lugar, las prácticas ambientalmente sostenibles son esenciales para la vitalidad económica. Por ejemplo, salvaguardar las fuentes de agua y los bosques, implementar sistemas eficaces de gestión de residuos y emplear técnicas agrícolas sostenibles puede aumentar la productividad y reducir los gastos operativos de las empresas.
En segundo lugar, al adoptar prácticas ecológicas, África puede posicionarse como un actor global responsable y convertirse en un destino de inversión atractivo para empresas y consumidores ambientalmente conscientes.
En tercer lugar, preservar el medio ambiente natural puede fomentar el turismo sostenible, que puede generar divisas muy necesarias y crear oportunidades de empleo.
Abundan los ejemplos de naciones africanas que lograron lograr un equilibrio entre el progreso económico y la responsabilidad ambiental. Las agresivas iniciativas de reforestación de Kenia, por ejemplo, han aumentado su cubierta forestal al tiempo que mejoran el medio ambiente y crean oportunidades de empleo. Ruanda ha podido reducir los residuos plásticos e impulsar su industria turística invirtiendo en un exhaustivo programa de gestión de residuos. Las inversiones de Etiopía en energía renovable han atraído inversiones internacionales y han reducido las emisiones de gases de efecto invernadero.
Estos ejemplos demuestran que África no tiene que sacrificar la sostenibilidad ambiental en aras del progreso económico. Al tomar decisiones acertadas, las naciones africanas pueden tener una economía próspera y una atmósfera saludable.