A medida que las rocas originales, conocidas como protolitos, se someten a estas altas temperaturas y presiones, su composición mineral, textura y estructura originales se transforman. Los protolitos pueden ser rocas sedimentarias, ígneas o incluso metamórficas preexistentes.
Durante el metamorfismo, los minerales dentro de las rocas se recristalizan, formando nuevos minerales o reordenando los existentes. Estos cambios pueden resultar en la formación de distintas foliaciones o bandas en la roca, donde los minerales laminares como la mica se alinean y crean estructuras en capas. El proceso de recristalización también mejora la densidad y dureza de la roca, haciéndola más resistente a la intemperie y la erosión.
Ejemplos de rocas metamórficas comunes incluyen la pizarra, que se forma a partir de la metamorfosis del esquisto; mármol, que se deriva de la piedra caliza; y la cuarcita, que resulta de la transformación de la arenisca. Cada tipo de roca metamórfica se caracteriza por su conjunto mineral y textura únicos, que reflejan las condiciones específicas y la intensidad del calor y la presión involucrados en su formación.