Los metales alcalinos son muy reactivos y forman fácilmente compuestos con otros elementos. Siempre se encuentran en la naturaleza en combinación con otros elementos, como oxígeno, cloro o flúor. Esto se debe a que los metales alcalinos tienen una energía de ionización baja, lo que significa que les resulta fácil perder un electrón y formar un ion positivo. Cuando un átomo de metal alcalino pierde un electrón, se convierte en un ion cargado positivamente que se siente fuertemente atraído por iones negativos, como el oxígeno, el cloro o el flúor. Esta atracción entre iones positivos y negativos conduce a la formación de compuestos iónicos, como el cloruro de sodio (NaCl) o el fluoruro de potasio (KF).
Además, los metales alcalinos también son relativamente blandos y tienen un punto de fusión bajo. Esto significa que se deforman fácilmente y pueden fundirse a temperaturas relativamente bajas. Esto los hace inadecuados para su uso en muchas aplicaciones donde se requiere un material duro y resistente.
Por último, los metales alcalinos también son muy inflamables. Esto significa que pueden incendiarse fácilmente y arder a altas temperaturas. Esto los convierte en un peligro para la seguridad y limita su uso en muchas aplicaciones.