Habituación: De manera similar a la adaptación, la habituación ocurre cuando el cerebro aprende a ignorar un olor repetitivo o inmutable. Por eso es posible que no notemos el olor de nuestra propia casa después de vivir allí un tiempo.
Fatiga olfativa: Cuando los receptores olfativos de la nariz están sobreestimulados, pueden fatigarse temporalmente, lo que reduce nuestra capacidad para oler ciertos olores. Esto puede ocurrir después de la exposición a olores fuertes, como los que se encuentran en productos de limpieza o perfumes.
Inhibición neuronal: El cerebro puede suprimir activamente el procesamiento de ciertos olores, ya sea mediante la inhibición directa de las neuronas olfativas o activando otras regiones del cerebro que pueden anular la señal olfativa. Este puede ser un mecanismo de protección para evitar que nos abrumen los olores desagradables o que nos distraen.
Modulación contextual: El cerebro también puede modular nuestra percepción de los olores en función del contexto en el que se presentan. Por ejemplo, el olor de la comida puede resultar más apetecible cuando tenemos hambre, mientras que el mismo olor puede resultar desagradable si nos sentimos enfermos.