Primero, el oído interno de los tetrápodos, incluidos los humanos, contiene estructuras llamadas cóclea y membrana basilar. Estas estructuras se encargan de detectar y transmitir las vibraciones sonoras al cerebro. Sin embargo, en los primeros tetrápodos, estas estructuras eran relativamente simples en comparación con las que se encuentran en los anfibios, reptiles, aves y mamíferos modernos. Esto sugiere que su capacidad auditiva probablemente era más limitada.
En segundo lugar, el nervio auditivo, que transporta señales desde el oído interno al cerebro, también estaba menos desarrollado en los primeros tetrápodos. Esto apoya aún más la idea de que su audición no era tan aguda como la de los tetrápodos modernos.
Finalmente, el hábitat de los primeros tetrápodos también proporciona pistas sobre su capacidad auditiva. Se cree que vivían en aguas poco profundas o zonas pantanosas, donde las ondas sonoras quedaban amortiguadas por la vegetación y el barro. Esto habría reducido aún más la eficacia de su audiencia.
En general, si bien es imposible decir con certeza si nuestros ancestros tetrápodos eran completamente sordos, la evidencia sugiere que su audición probablemente era limitada en comparación con los tetrápodos modernos.