Uno de los ejemplos más sorprendentes de cerebros sociales en sociedades de insectos es la abeja. Las abejas viven en grandes colonias, con decenas de miles de individuos. Cada abeja tiene su propio cerebro, pero los cerebros de todas las abejas de la colonia están conectados a través de una red de señales químicas. Esta red permite a las abejas compartir información sobre fuentes de alimento, depredadores y otros eventos importantes.
El cerebro de las abejas también está especializado en procesar información visual. Las abejas pueden ver colores que los humanos no pueden ver y pueden usar su visión para navegar largas distancias. También pueden aprender nuevos patrones visuales y asociarlos con recompensas, como la comida.
Otro ejemplo de cerebro social en las sociedades de insectos es la termita. Las termitas viven en grandes colonias, con millones de individuos. Cada termita tiene su propio cerebro, pero los cerebros de todas las termitas de la colonia están conectados a través de una red de señales químicas. Esta red permite a las termitas compartir información sobre fuentes de alimento, depredadores y otros eventos importantes.
El cerebro de las termitas también está especializado en procesar información táctil. Las termitas pueden sentir vibraciones y utilizan su sentido del tacto para comunicarse entre sí y navegar en su entorno.
Los cerebros sociales de las sociedades de insectos son un ejemplo notable de cómo la evolución puede producir capacidades cognitivas complejas en animales con cerebros relativamente pequeños. Estos cerebros son esenciales para la supervivencia de las sociedades de insectos y les permiten lograr hazañas que serían imposibles para un solo individuo.