Por ejemplo, las abejas utilizan el reconocimiento facial en su sistema de comunicación, ya que diferentes caras sirven como símbolos visuales para transmitir información dentro de la colmena. Pueden asociar rostros humanos con acciones o recompensas específicas, lo que lleva a respuestas conductuales personalizadas al interactuar con humanos.
También se ha descubierto que algunas especies de avispas exhiben reconocimiento facial para distinguir entre depredadores potenciales e individuos no amenazantes. Estos insectos utilizan esta habilidad para evaluar el riesgo que representan diferentes entidades y ajustar su comportamiento en consecuencia.
Si bien la complejidad del proceso de reconocimiento facial en abejas y avispas puede no rivalizar con la de los humanos, su capacidad para reconocer y discriminar entre diferentes rostros da fe de sus sofisticados mecanismos neuronales y su adaptabilidad en diversos contextos ecológicos y sociales. Destaca las impresionantes capacidades cognitivas presentes incluso en animales pequeños cuando se trata de percibir y comprender información sobre su entorno.