Los experimentos muestran que el registro de los primeros años de vida podría estar lleno de "falsos positivos"
Estudios recientes han puesto de relieve los desafíos que supone detectar con precisión evidencia de vida temprana en el registro fósil. Por ejemplo, los supuestos microfósiles de la Formación Dresser de 3.500 millones de años de antigüedad en Australia Occidental, interpretados por algunos como evidencia de la vida más temprana en la Tierra, han sido objeto de escrutinio debido a sus morfologías ambiguas y explicaciones alternativas para su formación. De manera similar, se han cuestionado supuestas firmas biológicas en depósitos de respiraderos hidrotermales del cinturón de piedras verdes de Barberton, de 3.200 millones de años de antigüedad, en Sudáfrica, debido a sus características geoquímicas y la falta de estructuras celulares convincentes.
Estos ejemplos ilustran que discernir entre verdaderas biofirmas y artefactos geológicos puede ser extremadamente difícil, especialmente en rocas antiguas donde los procesos de fosilización no se conocen bien. Los investigadores deben aplicar criterios rigurosos y emplear múltiples líneas de evidencia para validar los posibles signos de la vida temprana. Este enfoque cauteloso es esencial para evitar hacer afirmaciones falsas positivas que podrían obstaculizar nuestra comprensión de los verdaderos orígenes y evolución de la vida en la Tierra.