La evolubilidad es la capacidad de evolucionar, o la capacidad de una población para producir una variación fenotípica hereditaria sobre la que puede actuar la selección natural. La robustez es la capacidad de un sistema para continuar funcionando en presencia de errores o fallas.
Es posible que un organismo sea a la vez evolutivo y robusto. Por ejemplo, una población de bacterias puede tener una alta tasa de mutación, lo que aumenta la variación genética, y también tener un sistema inmunológico fuerte, que le ayuda a sobrevivir y reproducirse en un entorno hostil. Esta población podría evolucionar rápidamente en respuesta a los cambios en el medio ambiente, pero también podría resistir los desafíos del medio ambiente.
Sin embargo, es importante señalar que puede haber un equilibrio entre la capacidad de evolución y la solidez. Por ejemplo, una población de bacterias con una tasa de mutación muy alta podría evolucionar muy rápidamente, pero también podría ser más probable que produzca mutaciones dañinas que disminuyan sus posibilidades de supervivencia. De manera similar, una población muy robusta podría tener menos probabilidades de evolucionar rápidamente, porque es menos probable que experimente los desafíos ambientales que la obligarían a adaptarse.
Por lo tanto, el equilibrio óptimo entre capacidad de evolución y robustez variará según el entorno. En un entorno estable, podría favorecerse una población más robusta, mientras que en un entorno que cambia rápidamente, podría favorecerse una población más evolucionable.