Durante el desarrollo embrionario temprano, el proceso de hematopoyesis se inicia en el saco vitelino. Este sitio genera células sanguíneas primitivas conocidas como células eritroides primitivas y células similares a macrófagos. A medida que avanza el desarrollo, la hematopoyesis se desplaza al hígado fetal, donde emergen las células madre hematopoyéticas (HSC) definitivas. Estas HSC dan lugar a todos los linajes de células sanguíneas maduras, incluidas las células mieloides (monocitos, neutrófilos, basófilos, eosinófilos, células dendríticas y macrófagos) y células linfoides (células T, células B y células asesinas naturales).
Después del nacimiento, la médula ósea se convierte en el sitio principal de la hematopoyesis. Durante la niñez, la adolescencia y la edad adulta temprana, la médula ósea mantiene una producción constante de células sanguíneas. Este período se caracteriza por recuentos estables de células sanguíneas y funcionamiento normal del sistema inmunológico.
Sin embargo, a medida que las personas llegan a la mediana edad (alrededor de los 40-45 años), comienzan a producirse cambios sutiles en la producción de células sanguíneas. El timo, un órgano crucial responsable de la maduración de las células T, involuciona gradualmente, lo que lleva a una disminución en la producción de células T. Este fenómeno, conocido como involución tímica, es una parte inherente del proceso de envejecimiento y afecta la capacidad del cuerpo para generar nuevas células T.
A medida que avanza el envejecimiento, la capacidad hematopoyética de la médula ósea disminuye aún más. La producción de células mieloides, incluidos neutrófilos y monocitos, tiende a aumentar, mientras que disminuye la generación de células linfoides, especialmente células B. Este desequilibrio entre la producción de células mieloides y linfoides puede afectar las respuestas inmunes y contribuir a problemas de salud relacionados con la edad.
Además, el proceso de envejecimiento también afecta la funcionalidad de las células sanguíneas. Por ejemplo, los neutrófilos más viejos presentan quimiotaxis y actividad fagocítica alteradas, lo que compromete su capacidad para combatir infecciones. De manera similar, la vigilancia inmunológica y la capacidad de producción de anticuerpos de las células B disminuyen con la edad avanzada. Estos cambios funcionales en las células sanguíneas contribuyen aún más a la mayor susceptibilidad a infecciones y enfermedades relacionadas con la edad en personas mayores.
En conclusión, los árboles genealógicos de células sanguíneas proporcionan una herramienta poderosa para visualizar los cambios dinámicos en la producción de células sanguíneas a lo largo de la vida. Destacan la transición del desarrollo embrionario a la edad adulta y la disminución gradual de la hematopoyesis y la función inmune con el envejecimiento. Comprender estos cambios relacionados con la edad tiene implicaciones importantes para el desarrollo de intervenciones específicas para mejorar el sistema inmunológico y promover un envejecimiento saludable.