Para comprender esta dispersión, imaginemos una cadena montañosa escarpada, donde la luz puede rebotar en las diversas pendientes, crestas y valles irregulares. Estas irregularidades en la superficie distorsionan y dispersan la luz, dirigiéndola en múltiples orientaciones. Como resultado, la luz reflejada se difunde más y la superficie se percibe con un aspecto rugoso o mate.
Las superficies rugosas no tienen la topografía uniforme y suave necesaria para la reflexión especular. En consecuencia, la luz entrante no se dirige uniformemente según el ángulo de incidencia, lo que provoca la dispersión de la luz. La ausencia de un único punto de reflexión concentrado es una característica definitoria de las superficies rugosas.
La rugosidad, ya sea natural o creada artificialmente, altera la regularidad de la estructura de la superficie. Esta interrupción desorganiza efectivamente la trayectoria de la luz reflejada, produciendo un patrón de reflexión más aleatorio.