1. Selección natural: Durante muchas generaciones, los cormoranes que tenían ligeras variaciones en la estructura de las alas o en la capacidad de vuelo pueden haber tenido una ventaja competitiva en el entorno de Galápagos. Los individuos con alas más cortas o capacidades de vuelo reducidas podrían haberse adaptado mejor a su nicho ecológico específico en comparación con aquellos con alas más largas adecuadas para vuelos prolongados.
2. Depredadores limitados: La ausencia de depredadores terrestres, como grandes carnívoros o aves rapaces en Galápagos, redujo la presión selectiva de los cormoranes para mantener un vuelo fuerte. Sin la necesidad de escapar rápidamente de los depredadores en el aire, el vuelo se volvió menos crucial para su supervivencia.
3. Abundancia de alimentos: Los ecosistemas únicos de las islas Galápagos proporcionan una gran cantidad de fuentes de alimento de fácil acceso para los cormoranes, como peces y crustáceos en aguas poco profundas. Este rico suministro de alimentos puede haber permitido a los cormoranes invertir más energía en nadar y bucear de manera eficiente en lugar de volar largas distancias.
4. Competencia limitada: Los cormoranes enfrentaron una competencia relativamente leve de otras especies de aves por el alimento y los sitios de anidación en las Galápagos. Esta falta de presión competitiva redujo aún más la necesidad de que los cormoranes sobresalieran en vuelos de larga distancia, ya que tenían menos rivales a quienes dejar atrás o superar en maniobras para obtener recursos.
Con el tiempo, a través de las fuerzas de la selección natural y la adaptación a su entorno particular, los cormoranes de Galápagos perdieron gradualmente su capacidad de volar, dependiendo principalmente de sus capacidades especializadas de natación y buceo para sobrevivir.