Samuel Guthrie denominó al compuesto "éter clorofórmico" y reconoció su potencial anestésico, describiendo sus efectos tanto en humanos como en animales. Sin embargo, Guthrie no publicó ampliamente sus hallazgos y no fue hasta 1847 que el cloroformo obtuvo un reconocimiento significativo.
En 1847, dos grupos independientes en diferentes partes del mundo redescubrieron el cloroformo. En Escocia, James Young Simpson, médico y profesor de obstetricia, estaba experimentando con diversas sustancias como anestésicos por inhalación para reducir el dolor durante el parto. Obtuvo una muestra de cloroformo de un colega, David Waldie, que lo había preparado antes pero descuidó sus propiedades.
Simpson investigó los efectos del cloroformo y quedó impresionado con su acción anestésica rápida y fiable. Demostró su uso en partos sin dolor y lo popularizó dentro de la comunidad médica. Simpson también acuñó el término "cloroformo" combinando las palabras "cloro" y "forma", en alusión a su composición química y naturaleza vaporosa.
Casi al mismo tiempo, en Estados Unidos, William Thomas Green Morton, un dentista, estaba explorando diferentes anestésicos para procedimientos dentales. Inspirado por el trabajo de Simpson, Morton obtuvo un suministro de cloroformo y demostró con éxito su uso en la extracción dental indolora el 30 de septiembre de 1846.
La noticia de la exitosa demostración de Morton se difundió rápidamente y el cloroformo rápidamente ganó aceptación como anestésico seguro y eficaz en procedimientos quirúrgicos y dentales durante el siglo XIX. Sin embargo, más tarde se descubrió que el cloroformo podía causar efectos secundarios graves y muertes en algunos casos, lo que llevó al desarrollo de anestésicos alternativos y avances en las prácticas de anestesia.