La Luna experimenta grandes cambios de temperatura porque carece de atmósfera. La superficie de la Luna está directamente expuesta a la radiación del Sol, que puede calentarla hasta 250 grados Fahrenheit (120 grados Celsius) durante el día. Sin embargo, por la noche, la Luna puede enfriarse hasta -280 grados Fahrenheit (-170 grados Celsius) porque no hay atmósfera que la aísle.
Por el contrario, la Tierra tiene una atmósfera que ayuda a regular la temperatura. La atmósfera atrapa el calor del Sol, lo que evita que la superficie de la Tierra se caliente demasiado durante el día. También ayuda a evitar que la superficie de la Tierra se enfríe demasiado durante la noche.