Fuego: Las praderas están adaptadas a los incendios frecuentes, que naturalmente impiden el establecimiento y crecimiento de los árboles. Los incendios eliminan el material vegetal muerto, lo que reduce el combustible para futuros incendios y promueve el crecimiento de pastos de pradera resistentes al fuego. Las tribus nativas americanas a menudo utilizaban quemas controladas para gestionar las praderas y reducir la invasión de árboles.
Pastoreo: Grandes herbívoros, como bisontes, berrendos y alces, vagaban por las praderas y consumían plántulas de árboles jóvenes. Su pastoreo redujo el establecimiento de árboles y mantuvo el paisaje de pradera abierta.
Condiciones del suelo: Muchas praderas tienen suelos bien drenados que no brindan condiciones adecuadas para el crecimiento de los árboles. Los árboles prefieren suelos húmedos y ricos en nutrientes, mientras que los suelos de las praderas suelen ser más secos y menos fértiles. La alta frecuencia de los incendios reduce aún más la disponibilidad de nutrientes en el suelo, lo que limita el crecimiento de los árboles.
Clima: Muchas praderas están ubicadas en regiones de clima continental, caracterizado por veranos calurosos e inviernos fríos. Este clima puede ser estresante para los árboles, especialmente durante el invierno, cuando las temperaturas bajo cero pueden dañar los tejidos sensibles de los árboles. Los pastos de pradera, por otro lado, están bien adaptados a estas condiciones y prosperan tanto en las estaciones cálidas como frías.
Estos factores actuaron en conjunto para mantener la naturaleza sin árboles de las praderas nativas antes de que comenzara la agricultura. Una vez que llegaron los colonos y comenzaron a sofocar los incendios, reducir el pastoreo y convertir las praderas en tierras de cultivo, los árboles pudieron establecerse y extenderse, lo que provocó el declive de los ecosistemas de praderas que alguna vez fueron vastos.