Una rana solitaria fue encontrada en medio del desierto del Sahara. La rana no tenía idea de cómo había llegado allí. Había estado saltando por las selvas cercanas al ecuador cuando de repente fue tragado por una tormenta de arena. La tormenta de arena lo había arrastrado a cientos de kilómetros de distancia y ahora estaba perdido en un vasto mar de arena. No vio otros animales ni plantas, sólo interminables dunas de arena que se extendían en todas direcciones. A la rana le preocupaba no poder encontrar nunca el camino a casa. Estaba agotado por el largo viaje y no sabía cómo sobreviviría en este duro entorno. Podía sentir el sol golpeando su piel y estaba empezando a deshidratarse. De repente, la rana vio que se acercaba una figura. Era un hombre montado en un camello. El hombre vio la rana y se detuvo para mirar. Nunca antes había visto una rana en el desierto y sentía curiosidad. El hombre desmontó de su camello y se acercó a la rana. Lo recogió y lo examinó. "¿Qué estás haciendo aquí?" le preguntó el hombre a la rana. "Estoy perdida", dijo la rana. "Me atrapó una tormenta de arena y me trajeron hasta aquí. No sé cómo llegar a casa". "No te preocupes", dijo el hombre. "Yo te ayudaré". El hombre llevó la rana a su pueblo. Le dio agua y comida a la rana y luego la dejó reposar. Al día siguiente, el hombre montó en su camello y partió hacia el desierto. Viajó durante muchos días, siguiendo las huellas de la tormenta de arena. Finalmente, llegó al borde de la jungla. Dejó la rana en el suelo y dijo:"Aquí es donde debo dejarte. Ahora estás a salvo. Ve a casa y quédate con tu familia". La rana le agradeció al hombre y saltó a la jungla. Se reunió con su familia y amigos. Les contó su aventura y todos se alegraron de que lo hubieran encontrado. La rana nunca olvidó al hombre que la había ayudado. Contó su historia a sus hijos y nietos y se convirtió en una leyenda en la selva.