En comparación, la conductividad térmica del polietileno es de alrededor de 0,25 W/mK. Por el contrario, el cobre, un conocido conductor de calor, tiene una conductividad térmica de aproximadamente 401 W/mK. Esta diferencia significativa resalta las capacidades aislantes del polietileno.
La baja conductividad térmica del polietileno se debe principalmente a su estructura molecular. El polietileno consta de largas cadenas de átomos de carbono con átomos de hidrógeno unidos, formando una densa red de moléculas muy compactas. Esta disposición molecular compacta dificulta la transferencia de energía térmica a través de vibraciones y colisiones entre moléculas.
Las propiedades aislantes del polietileno lo convierten en un material adecuado para aplicaciones donde la retención de calor o el aislamiento son cruciales. Por ejemplo, se utiliza ampliamente como material de embalaje para proteger productos sensibles a la temperatura durante el transporte y el almacenamiento. La espuma de polietileno es otra forma común que se utiliza como aislante térmico en la construcción de edificios, ya que proporciona resistencia contra la pérdida de calor a través de paredes, techos y pisos.
Sin embargo, es importante señalar que, si bien el polietileno es un mal conductor del calor, sigue siendo algo permeable a los gases. Esto significa que puede permitir el paso de ciertos gases, como el oxígeno y el dióxido de carbono, con el tiempo. Este factor debe considerarse al elegir polietileno para aplicaciones de embalaje que requieren una barrera estricta contra el intercambio de gases.
En general, la baja conductividad térmica del polietileno lo convierte en un material valioso para soluciones de aislamiento térmico y embalaje, contribuyendo a la eficiencia energética y al control de la temperatura en diversas industrias.