Estos ribosomas, como pequeños robots, se escabullen por todo el citoplasma, el bullicioso interior de la célula. Aquí, las mitocondrias, las potencias de la célula, convertían diligentemente la luz solar en energía, alimentando toda la operación.
Dentro del citoplasma, una red de membranas formó el retículo endoplásmico, un complejo sistema de carreteras para transportar moléculas. Mientras tanto, los cloroplastos, orbes verdes llenos de clorofila, absorbieron la luz del sol que alimentaba el girasol joven. La clorofila, un pigmento que absorbió la energía de la luz, alimentó el crecimiento de la planta.
A medida que el girasol creció, sus células se dividieron y multiplicaron, formando tejidos, grupos organizados de células similares que trabajaron juntas. Estos tejidos, a su vez, se unieron para formar órganos, como las hojas y el tallo, cada uno de los cuales juega un papel vital en la vida del girasol.
Incluso dentro de las células, vacuolas, grandes sacos llenos de agua, expandidos y contraídos, ayudando a regular el entorno interno de la célula. El girasol, un organismo aparentemente simple, era de hecho una sinfonía compleja de células cooperantes, cada una jugando su papel en una magnífica historia de la vida.