En el caso de los planetas y el Sol, la inmensa masa del Sol crea un campo gravitacional que se extiende muy lejos en el espacio. Este campo gravitacional ejerce una fuerza sobre los planetas, atrayéndolos hacia el Sol. Los planetas, a su vez, tienen sus propios campos gravitacionales, pero estos son mucho más débiles que los del Sol.
A medida que los planetas se mueven por el espacio, caen constantemente hacia el Sol debido a la gravedad. Sin embargo, también avanzan a suficiente velocidad como para que nunca caigan al Sol. Esta combinación de caer hacia el Sol y avanzar crea las trayectorias curvas que siguen los planetas alrededor del Sol, conocidas como órbitas.
Las órbitas de los planetas no son círculos perfectos, sino trayectorias elípticas. Esto se debe a que la atracción gravitacional del Sol no es perfectamente uniforme y los propios campos gravitacionales de los planetas también ejercen una influencia en sus órbitas.
Las leyes del movimiento planetario, formuladas por Johannes Kepler en el siglo XVII, describen las relaciones matemáticas precisas entre los períodos orbitales de los planetas, las distancias al Sol y otras características orbitales. Estas leyes proporcionan la base para comprender y predecir los movimientos de los planetas y otros objetos celestes dentro de nuestro sistema solar.