La formación de una nebulosa solar y, posteriormente, de un sistema planetario, suele ser provocada por la presencia de estrellas masivas cercanas. Estas estrellas masivas experimentan explosiones de supernovas que envían ondas de choque y comprimen el gas y el polvo interestelares cercanos. Esta compresión conduce a la formación de regiones densas llamadas nubes moleculares, que son regiones más frías y compactas dentro del espacio interestelar. Dentro de estas nubes moleculares, las fuerzas gravitacionales comienzan a tomar el control. Si una región se vuelve lo suficientemente densa, puede alcanzar un punto crítico donde las fuerzas gravitacionales superan las presiones internas. Esto conduce al colapso de la nube molecular, iniciando el proceso de formación de estrellas.
En el centro de la nube que colapsa se forma un núcleo masivo que eventualmente se convertirá en la estrella central del sistema. Rodeando este núcleo central hay un disco giratorio de material sobrante conocido como disco protoplanetario o nebulosa solar. Este disco está compuesto de gas, polvo y partículas sólidas más pequeñas. Con el tiempo, los procesos dentro del disco protoplanetario dan lugar a la formación de planetas, lunas y otros cuerpos celestes, dando como resultado la creación de un sistema planetario.