Evaporación: La energía del sol calienta los cuerpos de agua, lo que hace que las moléculas de agua se muevan más rápido y se liberen del estado líquido al estado gaseoso. Este proceso, conocido como evaporación, es el principal impulsor del ciclo del agua.
Transpiración: Las plantas absorben agua del suelo a través de sus raíces y la liberan a la atmósfera a través de sus hojas mediante el proceso de transpiración. La energía del sol proporciona el calor necesario para que se produzca este proceso.
Precipitación: A medida que el vapor de agua asciende a la atmósfera, se enfría y se condensa en pequeñas gotas de agua o cristales de hielo, formando nubes. Estas nubes eventualmente se saturan y liberan el agua acumulada en forma de precipitación, como lluvia o nieve.
Corrientes oceánicas: La energía del sol calienta de manera desigual la superficie de la Tierra, lo que provoca diferencias en la temperatura y densidad del agua. Estas variaciones generan corrientes oceánicas, que transportan calor y agua por todo el mundo e influyen en los patrones climáticos.
Derretimiento del hielo y la nieve: El calor del sol puede hacer que los glaciares, los mantos de nieve y las capas de hielo se derritan, aumentando la cantidad de agua líquida en la superficie de la Tierra. Este proceso es particularmente importante en las regiones polares y las zonas de alta montaña, donde el derretimiento del hielo puede afectar los ecosistemas, el nivel del mar y el suministro mundial de agua.
Equilibrio del ciclo del agua: El aporte de energía del sol impulsa el movimiento continuo de agua entre la superficie de la Tierra y la atmósfera. Este equilibrio dinámico asegura la reposición de los recursos de agua dulce, lo que la hace crucial para sustentar la vida en la Tierra.