El destino de los asteroides primordiales dependía en gran medida de su tamaño y de la energía de las colisiones que experimentaron. Los planetesimales más grandes, con mayores fuerzas gravitacionales, tenían más posibilidades de sobrevivir a colisiones sin fragmentaciones o fusiones significativas. Los planetesimales más pequeños, por otro lado, eran más susceptibles a romperse en fragmentos o fusionarse con otros cuerpos. Con el tiempo, esto resultó en la supervivencia de un cierto tamaño de asteroides primordiales que tenían suficiente fuerza y estabilidad para resistir la desintegración.
La similitud de tamaño entre los asteroides primordiales supervivientes se puede atribuir a varios factores. En primer lugar, el proceso de colapso gravitacional durante las primeras etapas de la formación planetaria favoreció la formación de cuerpos dentro de un rango de tamaño específico. En segundo lugar, la energía impartida por las frecuentes colisiones entre planetesimales impuso un límite superior a su tamaño. Los planetesimales grandes que chocaban con una fuerza excesiva podían fracturarse o incluso romperse por completo. En tercer lugar, los planetesimales más pequeños tenían una mayor tendencia a fusionarse o a acrecentarse en cuerpos más grandes, reduciendo aún más su número.
A medida que el Sistema Solar continuó evolucionando, las interacciones gravitacionales entre estos planetesimales de tamaño similar, junto con otros procesos dinámicos complejos, llevaron a una mayor clasificación y fusión, lo que resultó en la formación de planetas y cuerpos más grandes. Los restos de estos asteroides primordiales se pueden observar hoy en forma de asteroides y cometas. Al estudiar estos objetos, los astrónomos obtienen información valiosa sobre las primeras etapas de nuestro sistema planetario y los intrincados procesos que dieron forma a su formación.