Sin embargo, con el tiempo, los científicos descubrieron que el IPK no era tan inmutable como pensaban. Fue perdiendo masa gradualmente, probablemente debido a las interacciones con el medio ambiente y la manipulación, aunque en una cantidad infinitamente pequeña de sólo unos pocos microgramos por año. Esto planteó un problema para mantener una definición precisa y coherente del kilogramo.
Para abordar esta cuestión, los científicos se embarcaron en una búsqueda para redefinir el kilogramo basándose en constantes físicas fundamentales en lugar de un artefacto físico. Después de años de investigación y experimentación meticulosa, el kilogramo se redefinió en 2019 utilizando un nuevo enfoque conocido como balanza Kibble o balanza de vatios.
La balanza Kibble funciona según el principio de la fuerza electromagnética y mide con precisión la potencia eléctrica necesaria para equilibrar una masa conocida con precisión. Este método eliminó la necesidad de un artefacto físico y vinculó el kilogramo directamente a las constantes fundamentales de la naturaleza, específicamente la constante de Planck (h), la velocidad de la luz (c) y la carga elemental (e).
La redefinición del kilogramo tuvo importantes implicaciones para la metrología y la investigación científica. Mejoró la precisión y confiabilidad de las mediciones en varios campos, incluidos la física, la química, la ingeniería y la industria. También eliminó la posibilidad de discrepancias e incertidumbres asociadas con el uso de un artefacto físico como único estándar de referencia.
En resumen, el kilogramo ganó "peso" simbólicamente a través del proceso de redefinición. Al pasar de un prototipo físico a una definición basada en constantes fundamentales, el kilogramo se volvió más preciso, estable y universalmente aplicable, asegurando su continua importancia como unidad de masa fundamental en el Sistema Internacional de Unidades (SI).