Cuando el aluminio se expone al oxígeno, se forma una fina capa de óxido de aluminio (Al2O3) en su superficie. Esta capa es muy estable e impermeable, lo que evita una mayor corrosión y protege el metal subyacente para que no reaccione con el oxígeno y la humedad. Por el contrario, el hierro se oxida fácilmente en presencia de oxígeno y agua, lo que lleva a la formación de óxido (óxido de hierro).
La formación de esta capa protectora de óxido es el resultado de la alta reactividad del aluminio con el oxígeno. Cuando el aluminio entra en contacto con el oxígeno, se produce una reacción química que da como resultado la formación de óxido de aluminio. Esta capa de óxido actúa como una barrera, inhibiendo una mayor reacción con el oxígeno y la humedad. La capa de óxido también tiene propiedades de autocuración. Si la capa se daña o raya, se reforma rápidamente, asegurando una protección continua del aluminio.
Además, el óxido de aluminio tiene una excelente resistencia a la corrosión, lo que lo hace muy duradero y resistente a condiciones ambientales adversas. Es por eso que el aluminio se usa ampliamente en diversas aplicaciones, incluidas la construcción, la industria aeroespacial, la automoción y el embalaje. Es particularmente valioso en entornos donde la resistencia a la corrosión y la durabilidad son fundamentales.
En resumen, la formación de una capa protectora de óxido de aluminio previene la corrosión del aluminio expuesto al aire húmedo, aunque el aluminio es más reactivo que el hierro. Este proceso de pasivación es crucial para garantizar la durabilidad y longevidad de los productos y estructuras de aluminio.