Reemplazar el metano con dióxido de carbono generalmente no se considera una solución viable para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, ya que el dióxido de carbono es un gas de efecto invernadero más potente y de mayor vida útil que el metano. Si bien el metano tiene un mayor potencial de calentamiento global que el dióxido de carbono en un período de 20 años, el dióxido de carbono tiene una vida atmosférica más larga y permanece en la atmósfera por mucho más tiempo, lo que contribuye a los efectos de calentamiento a largo plazo.
Si bien reducir las emisiones de metano es importante para mitigar los impactos climáticos a corto plazo, también es crucial abordar las emisiones de dióxido de carbono para combatir eficazmente el cambio climático. La transición a fuentes de energía renovables, la mejora de la eficiencia energética y la implementación de tecnologías de captura y almacenamiento de carbono son algunas estrategias clave para reducir las emisiones de dióxido de carbono y limitar las concentraciones generales de gases de efecto invernadero en la atmósfera.