Imagine estas bacterias fotosintéticas como minúsculos paneles solares flotando en el agua. Contienen estructuras especializadas llamadas cromatóforos que actúan como antenas microscópicas. Estos cromatóforos contienen pigmentos, como la clorofila, que absorben longitudes de onda específicas de la luz solar.
Cuando la luz del sol incide sobre las moléculas de clorofila, excita sus electrones, provocando que salten a niveles de energía más altos. Este aumento de energía inicia una serie de reacciones químicas, la más importante de las cuales es la división de las moléculas de agua.
Las moléculas de agua están formadas por dos átomos de hidrógeno y un átomo de oxígeno. Durante la fotosíntesis, los electrones excitados de la clorofila se transfieren a otras moléculas, creando una cadena de transporte de electrones. A medida que los electrones se mueven a lo largo de esta cadena, liberan energía que se utiliza para producir trifosfato de adenosina (ATP). El ATP es la principal moneda energética de las células y su producción es esencial para diversos procesos celulares.
Al mismo tiempo, la división de las moléculas de agua genera oxígeno como subproducto. Este oxígeno se libera a la atmósfera, lo que contribuye a los niveles generales de oxígeno de la bahía. Es esencial para la supervivencia de muchos organismos marinos, incluidos peces, cangrejos y delfines, que dependen del oxígeno para respirar.
Los átomos de hidrógeno resultantes de la división del agua se combinan con dióxido de carbono para formar compuestos orgánicos, como la glucosa, mediante una serie de reacciones químicas conocidas como ciclo de Calvin. Estos compuestos orgánicos sirven de alimento para las bacterias fotosintéticas, impulsando su crecimiento y reproducción.
La notable capacidad de las bacterias de la Bahía de Chesapeake para aprovechar la luz solar mediante la fotosíntesis tiene importantes implicaciones ecológicas. Estas bacterias forman la base de la red alimentaria y proporcionan sustento a organismos microscópicos como el zooplancton, que a su vez se convierten en alimento para organismos más grandes, como los peces.
Además, sus actividades fotosintéticas contribuyen a la producción de oxígeno y a la eliminación de dióxido de carbono del agua, desempeñando un papel en el mantenimiento del delicado equilibrio del ecosistema de la bahía. Los científicos continúan estudiando estas pequeñas centrales eléctricas para comprender mejor sus contribuciones a la salud y la resiliencia de la Bahía de Chesapeake y otros ambientes marinos.