Para ser clasificada como una erupción de clase X, una erupción solar debe cumplir ciertos criterios establecidos por la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA). Estos criterios incluyen:
1. Flujo máximo de rayos X: El flujo de rayos X, medido en vatios por metro cuadrado (W/m^2), debe exceder los 10^-4 W/m^2 en el pico de la llamarada.
2. Duración: La duración de la llamarada, medida desde el inicio de la fase de ascenso rápido hasta el final de la fase de descenso gradual, debe ser de al menos 10 minutos.
3. CME asociado: La llamarada debe ir acompañada de una CME que tenga una velocidad de al menos 800 kilómetros por segundo (km/s) o una masa de al menos 10 mil millones de toneladas.
Además de estos criterios, las bengalas de clase X suelen caracterizarse por otras características, tales como:
* Un brillo repentino del sol en la longitud de onda de los rayos X.
* La emisión de ondas de radio y partículas energéticas.
* La formación de un agujero coronal, una región de la atmósfera del sol donde el campo magnético es débil y el plasma puede escapar
* El desarrollo de erupciones prominencias, que son grandes bucles de plasma que pueden surgir de la superficie del sol.
Las llamaradas de clase X son relativamente raras y ocurren sólo unas pocas veces al año. Sin embargo, pueden tener impactos significativos en la Tierra, que incluyen:
* Interrupción de las redes eléctricas, provocando cortes de energía y apagones.
* Interferencia con las comunicaciones por satélite, lo que provoca pérdida de señal y corrupción de datos.
* Daños a satélites y otras naves espaciales, lo que podría provocar su mal funcionamiento o falla.
* Tormentas geomagnéticas, que pueden provocar subidas de tensión, daños a oleoductos y otras infraestructuras y alteraciones de las auroras.
Debido a su potencial de causar perturbaciones generalizadas, los científicos y expertos en meteorología espacial vigilan de cerca las llamaradas de clase X. Existen sistemas de alerta temprana para alertar a gobiernos, empresas e individuos sobre una posible actividad de llamaradas, lo que les permite tomar medidas para mitigar los efectos.