Fuerza externa: El impacto de un objeto duro, como una piedra o una herramienta de metal, puede causar una tensión localizada que excede la resistencia del vidrio y provoca grietas o roturas. La forma y la velocidad del objeto que impacta, así como el ángulo de impacto, pueden influir en la magnitud del daño.
Estrés térmico: Los cambios rápidos de temperatura pueden inducir estrés térmico en el vidrio, que ocurre cuando diferentes partes del vidrio se expanden o contraen a diferentes velocidades. El calentamiento o enfriamiento repentino, como colocar un recipiente de vidrio caliente en agua fría o exponerlo a una llama directa, puede crear gradientes de temperatura que exceden la tolerancia del vidrio y provocar roturas.
Defectos internos: Los defectos o impurezas dentro del vidrio, como burbujas de aire, inclusiones y microfisuras, pueden actuar como concentradores de tensión, concentrando las fuerzas aplicadas y aumentando la probabilidad de falla. La presencia de estos defectos puede reducir significativamente la resistencia y durabilidad del vidrio.
Reacciones químicas: Ciertos productos químicos, como el ácido fluorhídrico, reaccionan con la sílice del vidrio, provocando que se disuelva y debilite el material. La exposición a sustancias corrosivas puede degradar gradualmente la integridad del vidrio, haciéndolo más susceptible a fallar.
Para evitar la rotura del vidrio, es fundamental manipular los objetos de vidrio con cuidado, evitando impactos físicos, cambios bruscos de temperatura y contacto con productos químicos corrosivos. Además, seleccionar vidrio con el espesor y el diseño estructural adecuados para la aplicación prevista puede ayudar a minimizar el riesgo de rotura.