1. Agua del océano cálido: Esta es la principal fuente de combustible. Los huracanes se forman sobre aguas oceánicas cálidas con temperaturas de al menos 80 ° F (26.5 ° C). A medida que el aire cálido y húmedo se eleva desde la superficie del océano, se enfría y se condensa, liberando el calor latente. Este calor alimenta la convección e intensificación de la tormenta.
2. Calor latente de condensación: El aire cálido y húmedo que se eleva desde la superficie del océano se enfría y se condensas, formando nubes y liberando una cantidad significativa de calor. Este calor se conoce como calor latente de condensación, y alimenta la circulación e intensidad de la tormenta. Cuanto más vapor de agua hay en el aire, más calor se libera, lo que lleva a una tormenta más fuerte.
3. Efecto Coriolis: La rotación de la Tierra provoca una desviación de objetos en movimiento, incluido el aire. Esta deflexión, conocida como el efecto Coriolis, ayuda a crear el movimiento giratorio de los huracanes. El efecto Coriolis es más fuerte en los polos y más débil en el ecuador. Esta rotación crea un sistema de baja presión en el centro del huracán, atrayendo un aire más cálido y húmedo para alimentar la tormenta.
Aquí hay una explicación simplificada:
Imagina una olla de agua en una estufa. El calor de la estufa representa el cálido agua del océano. A medida que el agua hierve, libera vapor, que es similar al aire húmedo que se eleva desde el océano. El vapor se condensa nuevamente al agua, liberando el calor y conduciendo el proceso de ebullición. En un huracán, el agua oceánica cálida proporciona el calor inicial, y la condensación del vapor de agua proporciona energía continua, creando un sistema autosuficiente.
Es importante tener en cuenta: Los huracanes necesitan un conjunto específico de condiciones para formar e intensificar. Estos incluyen agua oceánica cálida, baja cizalladura del viento y una perturbación climática preexistente. Sin estas condiciones, un huracán no puede formarse o sostenerse a sí mismo.