El dióxido de azufre se produce por la combustión de combustibles fósiles, como el carbón y el petróleo, que contienen impurezas de azufre. Cuando se queman estos combustibles, el azufre del combustible reacciona con el oxígeno del aire para formar gas dióxido de azufre. El dióxido de azufre también es producto de la fundición de ciertos metales, como el cobre, el níquel y el zinc. Además, es liberado de forma natural por los volcanes y durante los incendios forestales.