Un ejemplo de cómo se puede hacer más potente un antibiótico es el desarrollo de derivados de la penicilina. La penicilina es un antibiótico natural producido por el hongo Penicillium chrysogenum. Se ha utilizado para tratar infecciones bacterianas desde la década de 1940. Sin embargo, la penicilina puede descomponerse mediante una enzima llamada beta-lactamasa que producen algunas bacterias. Esto puede hacer que la penicilina sea ineficaz para tratar las infecciones causadas por estas bacterias.
Para superar este problema, los químicos han desarrollado una serie de derivados de penicilina que son resistentes a la beta-lactamasa. Estos derivados, como la meticilina y la oxacilina, siguen siendo eficaces en el tratamiento de infecciones causadas por bacterias productoras de betalactamasas.
Otro ejemplo de cómo se puede hacer más potente un antibiótico es el uso de terapias combinadas. Las terapias combinadas implican el uso conjunto de dos o más antibióticos diferentes. Esto puede aumentar la eficacia de los antibióticos y reducir el riesgo de que se desarrolle resistencia.
Por ejemplo, el antibiótico rifampicina se utiliza a menudo en combinación con otros antibióticos para tratar la tuberculosis (TB). Esta terapia combinada es más eficaz que el uso de rifampicina sola y reduce el riesgo de que se desarrolle resistencia.
Mediante el uso de modificaciones químicas y terapias combinadas, es posible hacer que los antibióticos antiguos sean 100 veces más potentes y eficaces en el tratamiento de infecciones bacterianas.