No, la Tierra no era una gran bola de fuego al nacer. En cambio, se formó a través de un proceso llamado acreción, donde el polvo, el hielo y las partículas pequeñas se combinaron para formar cuerpos cada vez más grandes hasta que finalmente se fusionaron en el planeta que conocemos hoy. A medida que la Tierra se formó, su interior se calentó debido a la desintegración radiactiva de elementos como el uranio y el torio, así como a la energía liberada por la compresión gravitacional del material acretado. Sin embargo, la Tierra no llegó al punto de convertirse en una bola de fuego fundida; en cambio, desarrolló un núcleo de hierro fundido rodeado por un manto y una corteza sólidos.