El concepto de año bisiesto surge de la necesidad de alinear el calendario con la revolución de la Tierra alrededor del Sol. La duración de la órbita de la Tierra no es exactamente de 365 días, sino más bien de 365,2422 días. Esto significa que el calendario regular de 365 días se desincronizaría gradualmente con las estaciones, lo que provocaría discrepancias en fechas y eventos astronómicos a lo largo del tiempo.
Para compensar esta diferencia se introdujo el sistema de años bisiestos. Al agregar un día adicional cada cuatro años, el calendario permanece más alineado con la órbita de la Tierra y evita que cambien las estaciones.
Sin embargo, existen algunas excepciones a la regla de los cuatro años bisiestos. El año 1900 no fue bisiesto, y tampoco lo será el año 2100. Esto se debe a que el calendario gregoriano sigue una regla un poco más compleja:
Un año es bisiesto si es divisible por 4 pero no por 100, o si es divisible por 400.
Entonces, si bien cada cuatro años es generalmente un año bisiesto, se hace una excepción para los años centenarios (años que terminan en "00"). Los años centenarios no son años bisiestos a menos que también sean divisibles por 400. Este ajuste ayuda a afinar aún más la alineación del calendario con la órbita de la Tierra.
Al considerar estas excepciones, el calendario gregoriano puede mantener una sincronización más precisa entre las fechas del calendario y los eventos astronómicos durante largos períodos. Los años bisiestos sirven como un ajuste necesario para salvar la ligera diferencia entre el período orbital de la Tierra y el año calendario estándar, asegurando que el calendario permanezca en armonía con los ciclos naturales de las estaciones.