Contaminación del aire: El dióxido de azufre es un gas incoloro con un olor acre que puede provocar problemas respiratorios, como asma, bronquitis y enfisema. También es un precursor de la lluvia ácida, que puede dañar bosques, lagos y edificios.
Lluvia ácida: La lluvia ácida se forma cuando el dióxido de azufre y otros contaminantes de la atmósfera reaccionan con el agua, el oxígeno y la luz solar para formar ácido sulfúrico. La lluvia ácida puede dañar bosques, lagos y edificios, y también puede contribuir a la acidificación del suelo.
Cambio climático: El dióxido de azufre es un gas de efecto invernadero que puede contribuir al cambio climático. Los gases de efecto invernadero atrapan el calor en la atmósfera, lo que puede provocar calentamiento global y efectos del cambio climático, como fenómenos meteorológicos más extremos, aumento del nivel del mar y derretimiento del hielo polar.
Contaminación del agua: El dióxido de azufre puede disolverse en agua y formar ácido sulfúrico, que puede acidificar los cuerpos de agua. La acidificación puede dañar los ecosistemas acuáticos y matar peces y otros organismos acuáticos.
Daños a la vegetación: El dióxido de azufre puede dañar la vegetación, incluidos árboles y cultivos. Puede hacer que las hojas se pongan amarillas y caigan prematuramente, y también puede reducir el crecimiento de las plantas.
Acidificación del suelo: El dióxido de azufre puede contribuir a la acidificación del suelo, lo que puede reducir la fertilidad del suelo y dificultar el crecimiento de las plantas.
La emisión de dióxido de azufre está regulada en muchos países y se están realizando esfuerzos para reducir las emisiones de dióxido de azufre de las centrales eléctricas, las instalaciones industriales y los vehículos.