Los combustibles fósiles contienen hidrocarburos, que son compuestos compuestos de átomos de hidrógeno y carbono. Cuando estos combustibles se queman o sufren reacciones químicas, los enlaces entre los átomos de carbono e hidrógeno se rompen, liberando energía en forma de calor y luz. Esta energía se puede utilizar para diversos fines, incluida la generación de electricidad, la alimentación de vehículos, la calefacción de edificios y muchos procesos industriales.
La quema de combustibles fósiles libera dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero a la atmósfera, lo que contribuye al cambio climático y a los problemas medioambientales. Por lo tanto, se están realizando esfuerzos para hacer la transición hacia fuentes de energía más sostenibles y renovables para mitigar estos impactos negativos.