En la década de 1830, Faraday llevó a cabo extensos experimentos sobre las propiedades eléctricas de diferentes sustancias, incluida el agua. A través de estos experimentos, observó que si bien el agua destilada o pura mostraba una conductividad eléctrica mínima, agregar incluso cantidades mínimas de sales o ácidos mejoraba significativamente su capacidad para conducir electricidad. Esto demostró que los iones disueltos, no las moléculas de agua en sí, eran los principales portadores de corriente eléctrica en el agua.
La comprensión de que el agua pura es un mal conductor de la electricidad fue fundamental para avanzar en la comprensión de los fenómenos electroquímicos. Este conocimiento tuvo profundas implicaciones para varios campos, incluida la electroquímica, la tecnología de baterías y el diseño de circuitos eléctricos. También enfatizó la necesidad de considerar las concentraciones de iones y los niveles de pureza al estudiar el comportamiento eléctrico de soluciones acuosas.
Además, este hallazgo allanó el camino para futuras investigaciones sobre la naturaleza de las sustancias disueltas y su contribución a la conductividad eléctrica. Los científicos comenzaron a explorar el comportamiento de diferentes iones y los factores que afectan su movilidad dentro del agua, profundizando la comprensión de las soluciones de electrolitos y las interacciones iónicas.
En general, el momento decisivo de reconocer que el agua pura no es conductora de electricidad sentó las bases para numerosos avances científicos y desarrollos tecnológicos que son esenciales en campos contemporáneos como la química, la ingeniería eléctrica y las ciencias ambientales.